Perdón Total (primera parte): Hasta Donde Dios Nos Perdona


Image result for perdonDebemos comenzar  diciendo que tocar este tema es un reto. Se concibe la idea de que insistir en un perdón total y sin reservas es concederle a la gente una licencia para pecar. Como decir que el perdón total y continuo de Dios nos motivará a ofenderle mas frecuente y aberrantemente porque al fin y al cabo El nos perdonará. Se cree en algunos círculos que el factor más importante que incide para que el ser humano no cometa ciertos errores es el miedo a las consecuencias. Si bien esto es cierto en muchos casos, es la misericordia de Dios, Su amor infinito, Su perdón lo que nos atrae a El. Sin embargo, la misericordia y la justicia de Dios van de la mano. Note como la Biblia nos dice que Su misericordia se extiende sobre los que “le aman y guardan sus mandamientos” (Salmo 103:7). Si alguien no ama a Dios de corazón y no guarda sus mandamientos, no espere esa misericordia. Es decir, el pecar deliberadamente o tomar con poca seriedad el arrepentimiento o querer jugar con la hipocrecía no es tomado a la ligera por Dios, quien conoce y pesa los corazones.




Dicho esto, vayamos al punto: Ser perdonados y entender que hemos sido perdonados es condición indispensable para la restauración, para la renovación, para la liberación y para la paz. Partiendo del hecho de que todos fallamos y hemos fallado, nos enfrentamos continuamente a la culpa, la verguenza y el miedo, a veces por una acción, otras veces por una adicción y otras veces por un estilo de vida. Creo que estas tres reacciones (culpa, verguenza y miedo) van de la mano cuando faltamos, nos apartamos y nos escondemos dentro de nosotros mismos, como Adán y Eva en el Edén luego de la caida.

La culpa actua como un monstruo que crece y se hace mas grande a medida que pasa el tiempo y nos ocultamos o buscamos escapes que alivian pero no sanan el dolor que nos provocamos o le provocamos a otros. Lo opuesto es peor: Llegar al punto de la insensibilidad a tal grado que no nos moleste ni nos perturbe el daño que nos ocasionamos y le ocasionamos a los demás. Hablaré sobre este estado de la conciencia y el corazón en otro artículo.

Sin embargo, la culpa es necesaria y la experimentamos en dos maneras diferentes: Por un lado es una reacción positiva desde el punto de vista espiritual. Pablo nos dirá que “la tristeza que es según Dios produce arrepentimento” (2 Corintios 7:10). Si usted lee el contexto de este versículo, notará que Pablo fue usado por Dios como un catalizador de esa tristeza, envuelta en culpa y verguenza con el propósito de que los Corintios se arrepintieran. Por otro lado, aunque el cuadro es desolador, el Rey David reconoció que su dolor y quebranto también envuelto en culpa y verguenza, lo llevaron a confesar sus pecados a Dios (Salmo 32:3-5). En otras palabras hay un aspecto saludable de la culpa y una canalización adecuada de esa culpa por medio del arrepentimiento y la confesión conduce a la restauración.

Pero esa misma culpa que nos lleva al arrepentimiento puede también convertirse en una especie de verdugo del alma y la conciencia. Aún personas que han sido perdonadas por Dios y por las personas que han ofendido pueden ser torturados por recuerdos de su pasado.  A esto se pueden añadir comentarios de gente que utiliza la culpa como un instrumento para manipular, desquitarse y hasta para acosar a otros seres humanos. Cuando no superamos esta culpa, se convierte en algo nocivo y podemos caer en miseria espiritual, depresión, apocamiento, sentimientos de inferioridad, autolimitación y autocondenación.

Hay una doble respuesta de parte de Dios para todos aquellos que luchan con una conciencia culposa. Lo primero que necesitamos es el arrepentimiento y la confesión, como hemos visto. El arrepentimiento verdadero (vea mi artículo sobre este tema) es la prescripción de Dios para encontrar Su perdón y posiblemente el de otros. La confesión, que es parte del proceso de arrepentirse, es algo así como el destaponador que hace que salga de nosotros la presión de la culpa, como cuando se limpia una tubería de desague que está tapada. Lo segundo es entender y apropiarnos del perdón total que Dios nos ofrece.

Jesús se presentó como el cordero de Dios que “quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Este quitar es sinónimo de eliminar, borrar, hacer desaparecer. La limpieza acompaña y envuelve el perdón de Dios: “limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). El lenguaje pintoresco de Isaías hace que esta verdad se haga más clara. Dios le dijo a Israel y por consiguiente a nosotros: “si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”. (Isaias 1:18). De nuevo hablando a Israel Dios le promete no acordarse de sus pecados (Isaias 43:25). Esto es promesa de Dios que se cumple en cada confesión y arrepentimiento sincero y de corazón.

De hecho la palabra Griega que se utiliza en el Nuevo Testamento para perdonar (Afiemi), significa también liberar, dejar pasar. Como cuando alguien tiene una deuda y el acreedor decide que el deudor no le tiene que pagar nada y le da un documento o sentencia estableciendo como anulada la deuda. No hay reclamos futuros. Todo lo que cuenta desde ese momento en adelante es que la deuda no está pendiente. Asimismo, Dios no guarda resentimiento, no nos recuerda lo que El perdonó para martirizarnos, no demanda penitencias, porque Su perdón está basado en Su infinito amor y en la alegría que Dios siente cuando volvemos a El arrepentidos de verdad (vea la parábola del hijo pródigo, Lucas 15:11-32).

Las historias bíblicas e ilustraciones que envuelven el perdón son maravillosas. Abraham, perdonado por Dios muchas veces en sus desaciertos mientra iba camino a Canaán, llamado el amigo de Dios. David,  a quien nunca más le reclamó Dios sus multiples errores, incluyendo su adulterio con Betsabé y el asesinato de su esposo.  Dios insiste en que este David fue un hombre conforme a Su corazón. Aún en la manera en que se arrepintió y acepto las consecuencias, David lo hizo conforme al corazón de Dios. Sansón, perdonado y restaurado aún antes de su muerte.  Pedro, el ejemplo más singular de perdón total, quien luego de una negación tan cobarde y su arrepentimiento con llanto, nunca más se recuerda ese episodio en las epístolas y Jesús mantiene su propósito con él de que sea apóstol y columna de Su iglesia. Es así el perdón total de Dios.

Ni siquiera el revuelo que a veces causa un caido cuando se levanta, cuando restaura su familia y tiene un ministerio aún más eficaz, cuando le va nuevamente bien o mejor en los negocios y esto genera criticas  y hasta malestar. La desaprobación o descontento de la gente no invalida  la acción de Dios de perdonar totalmente. “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (Romanos 8:33). 

Los seres humanos crean sus propios códigos de perdón a veces en vista de sus limitaciones para conocer el corazón humano y saber la sinceridad de un arrepentimiento; otras veces es la herida no sanada causada por el ofensor lo que provoca rechazo y menosprecio, o es la consideración humanista de que una persona debe ser etiquetada en virtud de una acción o serie de acciones y que no debe quitársele esa etiqueta nunca, como por ejemplo: "fulano es un criminal" porque cometió un crimen alguna vez, o "él es un adultero", o "ella es una ladrona" porque en su historia hubo esta falta, etc. Todavia hoy nos referimos a "la mujer adultera" de Marcos 8, no a "la mujer a quien Jesús perdonó".  Al mundo le encanta etiquetar.

Pero Dios no usa y no necesita usar esos recursos. Todo lo contrario.  Su perdón es el que nos viste de gracia para levantarnos y caminar en la vida sabiendo que no hay nadie mas santo, justo y perfecto que El y si El nos perdonó, su perdón está por encima de críticos y detractores.  Todos aquellos que quebrantan sus corazones en humildad y sinceridad delante de El pueden escucharle decir lo que le dijo a aquella mujer rodeada de acusadores: “...ni yo te condeno. Vete y no peques más” (Juan 8:11).

En la segunda parte de este artículo hablaré del perdón a nosotros mismos como agente sanador y liberador.


Juan Alberto Ovalle. Es predicador de la Palabra de Dios, comunicador, profesor de teología y autor.  Actualmente esta casado con Luz del Alba Soto, con la cual comparte el ministerio de la Palabra y tiene dos hijos, David y Jonatan.  Vive en Lawrence, Massachussetts y es miembro del cuerpo de ancianos-pastores de Gosén, Congregación Bíblica Cristiana en Santo Domingo.



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