Perdón Total (segunda parte): Perdonándonos A Nosotros Mismos

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La señora conducía su automóvil llevando en la parte trasera en un asiento para infantes a su hijo de unos cinco años. El niño no se estaba tranquilo. Mientras conducía, la señora le hablaba para que se tranquilizara, pero el niño rabiaba y la desafiaba. En un momento inesperado, el niño se quitó el cinturon de seguridad y se puso de pie en el asiento. La madre instintivamente miró hacia atrás y extendió su mano para hacer que se sentara y en ese momento perdió el control del vehículo. El automovil se accidentó horriblemente. El niño murió en el accidente. ¿Tuvo culpa esta madre por la muerte de su hijo? Algunos dirían que si otros que no. Pero esta mujer no ha encontrado hasta el día de hoy la manera de perdonarse a si misma por la muerte del pequeño.

Estoy seguro que la mayoría de nosotros no nos hemos encontrado en una posición tan extrema como la de la mujer de esta historia. Pero creo que en mayor o menor medida todos nos hemos visto lidiando con situaciones en las que ha sido difícil perdonarnos a nosotros mismos, especialmente cuando reconocemos que somos cien por ciento responsables de las faltas que cometemos.

Esta crisis de no perdonarse es muy particular en personas que han reconocido con sinceridad la maldad de sus pecados y han caminado o están caminando seriamente por el proceso del arrepentimiento verdadero. Esto se acrecienta o disminuye dependiendo de lo grave de la falta, entre otros factores. No se ve tanto en aquellos que no consideran sus faltas desde el punto de vista de la santidad absoluta de Dios y probablemente alivian su dolor minimizando o justificando errores y conductas. En todo caso, es necesario un proceso de restauración saludable que no se vaya a ningún extremo: ni al de no perdonarse, ni al de ser superficial con nuestra culpa. Como he señalado en mi artículo anterior, la culpa y la verguenza que nos llevan al arrepentimiento pueden convertirse en opresores que nos devuelven constantemente a la prisión de los recuerdos torturantes, autoacusaciones, argumentos en nuestra propia contra, pensamientos sobre cómo o por qué no evitamos cometer la falta y lamentos por no poder cambiar nuestra historia. Esas pueden ser evidencias de que no nos hemos perdonado totalmente.

Comenzemos diciendo que la vía principal que conduce al perdón total de nosotros mismos es aprender a perdonar a otros como Dios también nos perdona. En mi trato con personas que han necesitado restauración, especialmente hombres, he visto una y otra vez que el no saber perdonar a otros ha llevado a muchos a no saber ni querer perdonarse. Jesús dijo: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”. (Mateo 6:12 NVI) y añadió: “Porque, si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero, si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas” (14-15). El legalismo, la intransigencia y la falta de misericordia pueden volverse en contra nuestra cuando somos nosotros los que necesitamos perdón, hasta el punto que cuestionamos si Dios nos perdonará porque pensamos que Dios es también legalista e intransigente. Asi que revise su corazón. Si en verdad usted no ha perdonado completamente a alguien comience por ahí. Ese es un paso indispensable para ser perdonado por Dios y encontrar el perdón que debe darse a usted mismo.

Añadido a lo anterior, el apóstol Pablo nos advierte que al tratar con alguien que ha sido sorprendido en una falta, consideremos que nosotros mismos podríamos caer en la misma tentación. Por lo cual, debemos tratar al caido con mansedumbre (Galatas 6:1).  Esto tiene que ver tambien con el tema. No es extraño que si hemos sido inmisericordes con otros en sus caidas, en el momento de nuestra propia caida hagamos lo mismo con nostros. Por lo cual, tratar a otros con misericordia es una disciplina que nos prepara para el momento en que necesitamos perdonarnos.

En segundo lugar y en el mismo tenor de Galatas 6:1, he escuchado a cristianos piadosos y no tan piadosos decir que preferirían morir antes que fallarle al Señor. Esto suena como una expresión de lealtad y santidad absoluta.  La verdad es que deberiamos orar: “Líbranos del mal”, en lugar de “mátame Señor si fallo.” Y es que la muerte por no perdonarse ocurre en realidad. Personas de todo tipo, incluyendo pastores se han suicidado por no perdonarse. Creyentes de todos los niveles se han declarado muertos, incapacitados, imposibilitados de servir a Dios, de levantarse o volver a sus familias por la misma razón, aun cuando Dios y los ofendidos les hayan perdonado. Creo que el llanto amargo de Pedro luego se su negación (Lucas 22:62) se debió en parte al recuerdo de las veces que con orgullo y petulancia afirmó que los otros podrían negar al Señor, pero el no. Y repitió la afirmación a pesar de que el mismo Jesús le profetizó que lo negaría (Mateo 26:35). En otras palabras, busquemos y vivamos la santidad con humildad ante la realidad de que a nosotros también nos podría pasar.

En tercer lugar, una concepción equivocada de quien es Dios y una teología o enseñanza doctrinal divorciada de Las Escrituras en cuanto al perdón llevan a mucha gente a no saber perdonarse. En el tiempo del oscurantismo, durante la edad media, Dios fue presentado como un ser cuya función principal era castigar a los humanos que se portaban mal. Este mensaje fue enfatizado con el propósito de manipular a las masas más que para dar a conocer a Dios en su justa dimensión. Esa imagen de Dios continúa siendo enfatizada en muchos círculos en nuestros días. Es cierto que Dios es santo y el pecado en si mismo trae consecuencias de miseria y destrucción. Pero ese Dios santo es también Padre amante, que abraza al pródigo arrepentido, lo besa, le da vestiduras nuevas y calzado y lo vuelve a casa con la misma posición y privilegios de hijo. Le invito a hacer de las verdades sobre el perdón de Dios que tratamos en el artículo anterior su terapia y clínica espiritual. Es posible que no alcancemos el perdón de los seres humanos. Pero el perdón de Dios es total. Y perdón total nos debemos dar a nosotros mismos si hemos confesado, si hemos perdonado y si nos hemos arrepentido de todo corazón.

Un ejemplo magnífico de esta experiencia nos la presenta David luego de su adulterio con Betsabe y el asesinato de Urias. Tan horrendo como fue, David se arrepintió, lloró, confesó, pidió perdón fue castigado por Dios y lo aceptó con humildad. Pero luego de este proceso, la Biblia nos da una nota refrescante: Nos dice el libro de 2 Samuel 12:24: “Y consoló David a Betsabé su mujer, y llegándose a ella durmió con ella; y ella le dio a luz un hijo, y llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová.” David no solo fue perdonado. David se perdonó y restauró tanto su vida como la de aquella mujer que participó en su pecado.

Por último, es interesante como la influencia religiosa-tradicional de nuestra cultura afecta a aquellos que no saben perdonarse. Por siglos la iglesia popular insistió en las penitencias. Lo cual quiere decir que una persona debía hacer algún tipo de sacrificio o tarea con tal de que sus pecados fueran perdonados. Así, muchos seres humanos entienden que para ser perdonados de ciertos pecados deben pagar o hacer algún tipo de penitencia y no se sienten perdonados hasta que cumplen con dichas tareas. A esto se añade la crianza que recibimos muchos de nosotros en la cual para que nuestros padres nos perdonaran, debíamos hacer “algo”: limpiar la pocilga, lavar la ropa, limpiar el patio, etc. Hay gente que no se siente perdonada porque perciben que no han hecho lo suficiente para ganarse el perdón o porque no han recibido suficiente castigo. Esto es reforzado muchas veces por la sociedad, la familia o la iglesia. Estamos de acuerdo con que hay que hacer restitución. Pero esto es contrario a la penitencia. Cristo pagó el precio de todos nuestros pecados en la cruz del Calvario. Toda deuda de pecado ya ha sido pagada. Solo tenemos que arrepentirnos de corazón y apropiarnos del perdón que Jesús conquistó para nosotros con Su sacrificio. No necesitamos penitencias. La restitución y los cambios en nuestras vidas los hacemos como consecuencia de nuestro deseo de agradar a Dios, no para que Dios nos perdone. Las buenas obras son una evidencia del arrepentimiento no una condición para alcanzar el perdón. “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.” (1 Juan 1:9).

Si usted se ha arrepentido de corazón y lo ha evidenciado, si sabe que Dios ya le ha perdonado como solo Dios sabe hacerlo, este es el momento de avanzar hacia su total liberación, perdonándose totalmente a usted mismo como también Dios le perdonó. Es maravilloso el gozo de saber que hemos sido perdonados. Experimente ese gozo en toda su plenitud.




Juan Alberto Ovalle. Es predicador de la Palabra de Dios, comunicador, profesor de teología y autor.  Actualmente esta casado con Luz del Alba Soto, con la cual comparte el ministerio de la Palabra y tiene dos hijos, David y Jonatan.  Vive en Lawrence, Massachussetts.



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